Imagínate un mundo en donde diariamente tienes miedo a ser expuesto al trauma que apasionadamente tratas de resolver. Un trauma que te persigue en la playa, campos y vertederos. Te los encuentras en el trabajo, de vacaciones o haciendo gestiones, y ¿cómo no terminar con el alma quebrantada por todo lo que viste en el camino? Ojos sin vida y cuerpos no reclamados. Es una experiencia que algunas y algunos tenemos que enfrentar aquí en Puerto Rico todos los días, y esos pocos son los que abrumamos, culpamos y exigimos para que nos ayuden con miles de casos de animales maltratados y abandonados. Bienvenidos a la comunidad de bienestar animal que lleva tiempo reclamando a gritos justicia legal y social para todos los animales que están sufriendo en Puerto Rico.
El trauma, según la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés), es una respuesta natural a un evento catastrófico o a cualquier evento que perjudique a la persona a nivel emocional o físico. A nivel emocional, pueden experimentar negación, ira, tristeza, culpa, dificultad para concentrarse, ansiedad, confusión, miedo; mientras que a nivel físico pueden sentir dolores de cabeza, fatiga, sudoración, sentirse nervioso, síntomas digestivos, entre otros. Estos síntomas aparecen a consecuencia del evento traumático, y pueden tener un efecto prolongado en el bienestar de la persona. Si persisten y no disminuyen en su intensidad, puede indicar que el trauma se convierta en un trastorno de salud mental llamado Trastorno de Estrés Postraumático. Y esto es la definición de cómo se siente y vive cuando se aman los animales en Puerto Rico. Es una comunidad que más allá de estar quemada está traumatizada.
El trauma del rescatista o de la comunidad de bienestar animal es un trauma que una y otra vez te encuentras tirado en la calle, descartado como basura, aplastado por gomas anónimas y por ojos que no quieren ver. A diario nuestras carreteras se inundan de cuerpos y sangre de mascotas descartadas. Es ir al campo/playa/barrio y encontrarte jaurías de hembras embarazadas, problemas de piel y parásitos, son generaciones viviendo en la miseria. Hoy no queremos hablar de las mascotas que viven vidas deplorables (lo haremos en otra ocasión) sino de la comunidad que se levanta a diario para trabajar por esas mascotas. Entender lo que se hace en la comunidad de bienestar animal es importante porque es una población vulnerable, expuesta a sufrir PTSD y Fatiga por Compasión. Sus vidas están matizadas por falta de recursos y reclamos de ayuda que no pueden atender. Peor aún, es invisibilizada e invalidada porque hay peores emergencias sociales que estas, pero ¿hasta cuándo no vamos a entender que un animal maltratado o moribundo ignorado por una comunidad es un síntoma y una señal de que la violencia, indiferencia y falta de solidaridad es parte de nuestra realidad? Es una señal de una sociedad enferma y escasos recursos para poder crear culturas de salud y bienestar.
Es un mundo donde no quieres hacer turismo interno por miedo a encontrarte con el problema del que tanto necesitas un escape. Es un problema que nos arropa diariamente y lo difícil de este asunto, es que la mayoría de las personas, agencias, instituciones lo descartan como mero capricho de gente que le gustan los animales. Es sentir que tu trabajo (voluntario en la mayoría de los casos) no vale porque trabajas con animales (no humanos)… Es tener que justificar una y otra vez que eres la voz de los miembros más invisibles y vulnerables de nuestra sociedad. Son miembros que no tienen derechos más allá de una ley (Ley 154) que muchas veces no se hace valer… es una comunidad desamparada y vulnerable en donde todavía no hay estructuras (sociales, municipales y estatales) de apoyo que ayude en resolver el asunto.
Y, ¿por qué duele tanto? Porque el asumir un caso es una decisión entre vida o muerte. Para muchos es una decisión de tener demasiados o dejarlos morir, sin sentirse aplastado por la culpa de no poder ayudar. Es levantarse en la noche y pensar en los cientos y miles de casos que aclaman por nuestra ayuda. Es un mundo duro y lleno de decepciones, un mundo de ayudas ofrecidas, y la mayoría perdidas en el viento, ayudas nunca dadas o concretizadas… Es un “ayúdame por favor” para luego desaparecer, no porque son malos seres humanos sino porque no quieren o saben salir de su zona de confort del diario vivir... y ¿qué significa eso?
¿Pensarán que tengo más espacio que ellos, o que el dinero me sobra para cubrir los gastos?
¿Pensarán que no me tengo que levantar dos horas antes para limpiar, dar comida y medicina?
¿Pensarán que no quiero ver Netflix los fines de semana para relajarme un rato?
El trauma inunda nuestras vidas, porque es hasta tenerle miedo a coger llamadas de números que no conocemos para que no nos hagan cuentos de animales que necesitan ayuda, es recibir llamadas de amigos que nunca llaman, sino solo para pedir ayudar... es verlos en Facebook comprando perros porque son el mejor accesorio del año. Es pedir ayuda y recibir más casos. Lamentablemente, es un ciclo vicioso que mucha gente no entiende, pero mantiene...entonces, la pregunta que una y otra vez nos tenemos que hacer, ¿ellos pensaran que las personas que dedican cuerpo, corazón y alma a esto, lo hacemos porque nos gusta estar en dolor?
En Puerto Rico ver el sufrimiento de los animales que nos acompañan en nuestro camino de cada día, es llorar, es romperte en pedazos y andar con el corazón roto. Hoy me afirmo en decir que sí, que sí es diferente a cualquier otro sufrimiento porque todavía carecemos de las estructuras sociales y gubernamentales como un Departamento de la Familia para poder referir los casos. Es reconocer que esto requiere intervenciones que no carguen de forma individual a una persona o una fundación, sino que todos de forma directa e indirecta tenemos que apoyar a que se puedan ayudar a los animales en situaciones de emergencia. Se trata de reconocer que todas y todos somos responsables de crear un mejor mundo. Y esto es claramente una emergencia social sin voz, silente antes los reclamos de los que la trabajamos.
La situación se da desde una visión antropocéntrica (ser humano como el centro de todo), y lo que nos dice es que no tiene tanta validez como ver un niño en una situación de negligencia y maltrato. Sí, lo hice, me atreví a compararlo con un niño, lo cual para muchos puede ser ofensivo. Todavía vivimos con la creencia del narcisismo darwiniano que nosotros (los humanos) estamos por encima de todo y, por tanto, tenemos derechos que permiten aplastar (o ignorar) los de otros que entendemos no son tan importantes como la tierra, los árboles, los insectos y por ahí seguimos. Es una justificación a que mis necesidades van por encima del otro, lo cual se refleja en una sociedad que piensa que ese otro (los cuales somos tú y yo) quiere hacerme daño, así que yo lo hago antes, ya que todos somos iguales (visión individualista y egoísta)... Lo cual les advierto es totalmente falso, porque nosotros, los de la comunidad de bienestar animal, estamos plagados de miles de males como cualquier grupo que hace trabajo social, pero, sin embargo, es una sociedad clandestina que ha aprendido a apoyarse, a reconocerse y en muchas ocasiones a colaborar para poder lograrlo... somos una comunidad que a pesar de nuestras diferencias reconocemos que tenemos que meter mano por ellos.
Hoy hago un reclamo de Justicia Social hacia los invisibles, los que dejamos morir a diario sin asumir responsabilidad individual y colectiva, pero sobre todo es una celebración de gratitud y de amor hacia todos los que colaboran en esta misión de crear un Puerto Rico más compasivo.
Úrsula Aragunde Kohl, Psicóloga Clínica, Profesora e Investigadora UAGM, Gurabo
Cristina Adrianza, Estudiante de maestría – Psicología Escolar, Universidad Interamericana- Metro
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